domingo, 21 de agosto de 2016

La guerra civil de los literatos I

“Queremos una patria totalitaria. El poder ha de ser íntegro para nosotros.... Y cuando llegue el momento, el Parlamento o se somete o desaparece: la democracia será un medio, no un fin.”

Uno lee esta frase en un panfleto amarillento y no sabe si la dijo Goebbels o Trostki.

“Ahora, cuando nos lancemos por segunda vez a la calle, que no nos hable de generosidades ni de respetar personas y coas. Vamos a la toma del Poder como sea, para establecer la dictadura.”

¿Y ésta?, quién la dijo, ¿Onésimo Redondo o Ledesma Ramos?.

Son frases que como las fotos viejas nos suenan a conocidas, sabemos que son de la familia pero somos incapaces de adjudicárselas a un tío o a un primo o a un abuelo determinado.

La primera es del clerical Gil Robles y la pronunció en 1933, la segunda es de Largo Caballero y la dijo poco antes del estallido de la guerra.

Incluso uno que intentó mantenerse apartado de las banderías, Antonio Machado, cargaba sus frases con pólvora: “Es don Miguel de Unamuno la figura más alta de la actual política española. Él ha iniciado la fecunda guerra civil de los espíritus, de la cual ha de surgir (cuando surja) una España nueva.” , Segovia, 15 de marzo de 1930.

El ambiente empezó a cargarse de electricidad. Las mayores atrocidades parecía anunciadas, y cuando acababan por cumplirse, nadie se extrañaba de ello: ni asesinatos, ni complots, ni pronunciamientos cuarteleros, ni quema de iglesias o conventos, ni matanzas de campesinos, ni.....

Dijo Dionisio Ridruejo: “En su inmensa mayoría, los pensadores, profesores y escritores que tenían vigencia en el decenio del 23 al 33 eran liberales o se interesaban por el socialismo o el anarquismo.” A partir del 33 y hasta desembocar en 1936, unos tiraron para la izquierda y otros para la derecha. Entre los viejos del 98 la mayoría se quedó donde estaba o se quitó de en medio con discreción.


Andres Trapiello, Las Armas y las Letras. Literatura y guerra civil, 1936-39

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