“Queremos
una patria totalitaria. El poder ha de ser íntegro para nosotros....
Y cuando llegue el momento, el Parlamento o se somete o desaparece:
la democracia será un medio, no un fin.”
Uno lee esta frase en un panfleto
amarillento y no sabe si la dijo Goebbels o Trostki.
“Ahora, cuando nos lancemos por
segunda vez a la calle, que no nos hable de generosidades ni de
respetar personas y coas. Vamos a la toma del Poder como sea, para
establecer la dictadura.”
¿Y ésta?, quién la dijo, ¿Onésimo
Redondo o Ledesma Ramos?.
Son frases que como las fotos viejas
nos suenan a conocidas, sabemos que son de la familia pero somos
incapaces de adjudicárselas a un tío o a un primo o a un abuelo
determinado.
La primera es del clerical Gil Robles y
la pronunció en 1933, la segunda es de Largo Caballero y la dijo
poco antes del estallido de la guerra.
Incluso uno que intentó mantenerse
apartado de las banderías, Antonio Machado, cargaba sus frases con
pólvora: “Es don Miguel de Unamuno la figura más alta de la
actual política española. Él ha iniciado la fecunda guerra
civil de los espíritus, de la cual ha de surgir (cuando surja)
una España nueva.” , Segovia, 15 de marzo de 1930.
El ambiente empezó a cargarse de
electricidad. Las mayores atrocidades parecía anunciadas, y cuando
acababan por cumplirse, nadie se extrañaba de ello: ni asesinatos,
ni complots, ni pronunciamientos cuarteleros, ni quema de iglesias o
conventos, ni matanzas de campesinos, ni.....
Dijo Dionisio Ridruejo: “En su
inmensa mayoría, los pensadores, profesores y escritores que tenían
vigencia en el decenio del 23 al 33 eran liberales o se interesaban
por el socialismo o el anarquismo.” A partir del 33 y hasta
desembocar en 1936, unos tiraron para la izquierda y otros para la
derecha. Entre los viejos del 98 la mayoría se quedó donde estaba o
se quitó de en medio con discreción.
Andres Trapiello, Las Armas y las
Letras. Literatura y guerra civil, 1936-39
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