Tras
el sometimiento de cántabros y astures, los diversos pueblos
hispanos se incorporaron lentamente a los esquemas organizativos
romanos y adquirieron su cultura y civilización. El ejército de
ocupación romano, asentado en una tierra pacificada, dejaba de tener
frentes de lucha. Se vivió un prolongado periodo de paz y el
ejército perdió coraje combativo y sus músculos se entumecieron.
Es cierto que de vez en cuando Hispania sufrió algún sobresalto. Así, la Bética fue invadida en el 171-172 por los mauri. Poco después, en el reinado de Cómodo (sí el de la película Gladiator), de nuevo los mauri invadieron la Península, realizando una incursión mucho más grande y peligrosa. No hay ni una fuente de información que aporte una prueba de que el ejército hispano, la Legio VII Gemina y sus unidades del noroeste, corriesen a rechazar la invasión. Era más importante que protegiesen las minas de oro. La ayuda vino de la misma Mauritania Tingitana.
El ejército estacionado en la Península no estaba acostumbrado ni preparado para luchar contra enemigos exteriores. Ninguna unidad del ejército hispano, por ejemplo, combatió en el 186 a los desertores encabezados por Materno que habían invadido el nordeste peninsular. La extinción de la insurrección la llevó a cabo tropas de las Galias.
Tuvieron
el mismo comportamiento cuando francos y alamanes invadieron la
Península en el siglo III. Diez años permaneció en Hispania un
grupo de ellos y ningún testimonio literario ni epigráfico recuerda
que las unidades militares abandonasen sus acuartelamientos para
combatirlos.
Tampoco sabemos cómo desaparecieron los francos y alamanes.
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