jueves, 26 de agosto de 2010

Irlandeses en el ejército español 1

En el siglo XVIII numerosos apellidos irlandeses ocuparon cargos de la más alta responsabilidad en el ejército y la administración española, a pesar de que la propia Irlanda permanecía bajo la férula de hierro de la Gran Bretaña. Recordemos algunos nombres, Ricardo Wall (Nantes, 1694) ocupó el puesto de secretario de Estado entre 1754 y 1763, compaginándolo con el de secretario del Despacho de Guerra entre 1759 y 1763; Alejandro O´Reilly, nacido en Cavan, uno de los mayores reformadores del ejército español del XVIII y fue gobernador de Madrid, Andalucía (1775) y Cataluña (1794). En las Américas se dieron casos extraordinarios como el de Ambrosio O´Higgins, nacido en Ballenary (Sligo) y que terminó su carrera en 1795 como virrey del Perú y presidente de la Real Audiencia de Lima. El último virrey de Nueva España (México) también llevaba apellido irlandés, Juan O´Donoju (Sevilla, 1762), quién ocupó el cargo en 1821.

Aunque hemos citado algunos casos no debemos creer que fueron accidentales o circunscritos a determinadas individuales. Nos encontramos ante un extraordinario éxito del exilio irlandés en España, aunque no todos los emigrantes irlandeses pudieron beneficiarse de las sinecuras de la corona española a la nación irlandesa desde el s. XVII. Para la nobleza irlandesa el exilio no fue una experiencia traumática: las autoridades españolas reconocieron los antiguos títulos nobiliarios irlandeses (algunos ya sin valor en la propia Irlanda) y, cuando fue necesario, se crearon otros nuevos. Una vez reconocida la nobleza irlandesa, los exiliados y sus descendientes pudieron alcanzar en los ejércitos españoles los grados más elevados.

Todo comenzó a mediados del s. XVI cuando las siempre difíciles relaciones angloespañolas contribuyeron a un natural entendimiento hispanoirlandés: desde Felipe II todos los monarcas de la rama de los Austrias estuvieron en guerra con Inglaterra alguna vez.

Durante toda la Edad Moderna varias zonas de Europa, densamente pobladas y/o económicamente atrasadas, destacaron como áreas proveedoras de hombres para unos ejércitos en continua expansión: la confederación helvética, el Mezzogiorno italiano, las Highlands escocesas y la propia Irlanda. Miles de irlandeses encontraron en las armas una forma de sobrevivir en el Continente: entre 1586 y 1622 en los Países Bajos españoles hubo más de 10.000 irlandeses católicos. En la Gran Armada de 1588 muchos lucharon como “aventureros sin sueldo”, y solicitaron su incorporación como tropa de servicio tras la constitución de la Armada del Mar Océano en 1594. Cuando se decidió el nuevo desembarco en las islas británicas (Kinsale, 1601) los españoles fueron conscientes de la necesidad de mantener en nómina a un equipo de pilotos irlandeses.

Las fuentes contemporáneas coinciden en exaltar el valor y la fidelidad de los irlandeses en los ejércitos españoles. Aunque, curiosamente, los mandos españoles arremetieron durísimamente contra las técnicas de guerrilla y la escasa organización mostrada por los irlandeses en el desembarco de Kinsale.

El permanente estado de tensión bélica vivido bajo los Austrias hispanos en los Países Bajos ofreció a la comunidad irlandesa en el exilio una magnífica oportunidad de integrarse en la maquinaria bélica de la Monarquía española. Desde fines del XVI se constituyeron unidadesirlandesas en el Ejército de Flandes siguiendo tres fases: desde el regimiento del coronel inglés William Stanley (1587-96), hasta la constitución de compañías irlandesas específicas (1596-1604) y por último la formación de tercios de la nación irlandesa (desde 1605 hasta 1610 bajo la coronelía de Enrique O’Neill y desde 1610 hasta 1628 bajo la de John O’Neill).

La falta de recursos humanos para los ejércitos de la Monarquía española alcanzó niveles alarmantes a mediados del XVII. Con frentes abiertos en los Países Bajos desde el reinicio de las hostilidades con las Provincias Unidas en 1621, con Francia desde 1635 y en la propia Península, con las sublevaciones de Cataluña y Portugal desde 1640, la Monarquía hispánica entró en un estado de emergencia total. La Monarquía hispánica intentó sacar provecho de su especial relación con Irlanda para traer a España al mayor número de irlandeses posible. Sin embargo, el programa “armas por hombres” ofrecido por Madrid a la Confederación de Kilkenny no funcionó, porque encerraba en sí mismo una gran contradicción: ¿cómo se podían enviar soldados a España cuando desde 1641 Irlanda estaba en un permanente estado de rebelión? Aún así, llegaron hasta los frentes de Portugal y Cataluña miles de irlandeses gracias a la iniciativa privada de mercaderes sin escrúpulos (españoles, ingleses, pero también irlandeses). El reclutamiento no siempre era voluntario y el transporte marítimo se hacía en unas condiciones durísimas

Las ventajas de servir en el exterior eran considerables. En todo grupo militar se crean especiales relaciones de solidaridad difíciles de encontrar en la vida civil. Particularmente, en el caso de agrupamiento y formación de unidades militares irlandesas, los lazos vasalláticos siguieron teniendo gran importancia. Para los irlandeses el servicio en las armas significaba la posibilidad de mantenerse activos, entrenados, armados y preparados para cualquier eventualidad, incluída su vuelta a Irlanda. Esto era sin duda un buen método psicológico de autodefensa del grupo exiliado.

Unida a esta tradición, la reputación de los soldados irlandeses en Europa era excelente. Desde principios del XVII España y Francia entraron en una durísima disputa por sus servicios e incluso la República de Venecia llamó la atención sobre sus cualidades. Distintos consejeros militares coincidían al señalar que una tierra áspera tenía su reflejo en una población dura.

Tiempo después, en 1653 el rey Felipe IV quedaría muy desilusionado cuando un millar de irlandeses desertaron y se pasaron a los franceses, ya que “era una accion tan indigna de nación de quien yo me servia en mis exercitos con la seguridad y confianza que se haze de la española”.

Con la llegada de los Borbones a comienzos del s. XVIII las relaciones entre Madrid y Londres empezaron mal y continuaron así: la disputa del espacio comercial americano provocaba constantes desencuentros entre ambos gobiernos.

1 comentario:

  1. Me gustó. Quisiera saber si existe un Irlandeses en el ejército español número 2.

    Luis K. Matamoscas

    ResponderEliminar