lunes, 7 de junio de 2010

Mariano José de Larra

El 13 de febrero de 1837, lunes de Carnaval, a las ocho y media de la tarde, un joven de 27 años se disparaba un pistoletazo en la sien, en su casa de la calle Santa Clara, 3, de Madrid. Era el periodista mejor pagado de España en su momento.

A su entierro, multitudinario, acudieron escritores y liberales destacados, que quisieron convertir el sepelio en un acto anticlerical. El duelo fue el primer homenaje público a un escritor tras el que se rindió a Lope de Vega, 200 años antes. Tras los discursos fúnebres y los poemas de los consagrados se adelantó un joven casi niño quién, después de pedir permiso, con voz trémula recitó un poema que se haría famoso, en aquellos versos que empiezan... Ese vago clamor que rasga el viento / es el son funeral de una campana....; era el nacimiento de un poeta popular, José Zorrilla.

Así terminaba una vida intensa que había comenzado el 24 de marzo de 1809, durante la Guerra de la Independencia. Era hijo único de un médico militar que había estudiado en París, servido en el ejército imperial, y que ejercía como médico de cámara del Rey José. En 1813 la familia salió de España con las últimas tropas napoleónicas hacia un exilio de cuatro años, el futuro escritor cursó los estudios primarios. El afrancesamiento del joven Larra tenía profundas raíces.

Gracias a una amnistía volvió la familia a Madrid en 1818. El padre fue nombrado médico personal del hermano de Fernando VII y el hijo siguió sus estudios en las Escuelas Pías y en el Colegio Imperial de los jesuitas.. Son años de formación clásica y de interés por la gramática, años de sublevaciones liberales y conspiraciones contra el rey absolutista, de pérdidas en los territorios de Ultramar, de intervención de la Santa Alianza, de inicio de la “década ominosa”

Comenzó estudios en la Universidad de Valladolid, pero los interrumpió para desempeñar un puesto burocrático y así emanciparse de la familia en 1825 con 16 años. Frecuentó tertulias literarias, cultivó amistades entre los hombres de letras y publicó sus primeros versos en 1827. La entrada en el periodismo se produjo el año siguiente, cuando comenzó a editar El Duende Satírico del Día, unipersonal, de aparición irregular: llegó a producir cinco cuadernillos hasta que los problemas financieros y la censura le obligaron a suspender la publicación.

En 1829 se casó con Josefa Wettoret, una boda prematura con una mujer inadecuada que terminó en separación, después del nacimiento de tres hijos, cuando se supo su relación adúltera con Dolores Armijo.

En la tertulia del Café del Príncipe, el Parnasillo, a la que asistían Espronceda, Ventura de la Vega, Bretón, Mesonero, Esquivel, Madrazo y otros, conoció a un empresario que le animó a realizar traducciones adaptaciones de obras de teatro francesas que obtenían fácilmente el aplauso del público. Larra trabajó con ahínco en esta empresa alimenticia, firmando con el seudónimo de Ramón Arriala.

En agosto de 1832 emprendió una nueva aventura periodística en solitario, El Pobrecito Hablador, donde publicó algunos de sus más famosos artículos bajo el nombre de ”el bachiller Juan Pérez de Munguía”. Tras 14 números, la Revista Española, la más refinada de la época, para la que había empezado a trabajar utilizando el pseudónimo de “Fígaro” que le hará famoso,le obligó a suspender su publicación. La muerte de Fernando VII en 1833 y el entronamiento de su hija como Isabel II desencadenó la guerra carlista contra la que clamó Larra sin descanso.

El año 1834, bajo el gobierno del escritor Martínez de la Rosa, fue un año de triunfos literarios: publicó su novela “El doncel de don Enrique el Doliente” y estrenó con éxito su drama Macías. En el ámbito personal su mujer descubrió sus amores con Dolores Armijo y se separaron; su madre murió, víctima de la epidemia de cólera que asoló Madrid.

El joven Larra vio en el artículo periodístico el cauce adecuado para sus capacidades (espíritu crítico, buen observador) y ambiciones (fama, acceso rápido a un amplio sector de publico, quizá ganancias). Larra se incluye en sus artículos como personaje-autor, lo que le permite juzgar como testigo directo una situación. Parte de una anécdota o finaliza con ella y el grueso del artículo aparece ocupado por reflexiones de tipo teórico y general, resultando así como pequeños ensayos. No le falta a Larra capacidad para percibir lo ridículo ni comicidad para expresarlo, como había aprendido en sus lecturas de Quevedo. Como recurso para prestar vivacidad a las situaciones utiliza el diálogo, acercándose así al sainete o al entremés.

Estuvo viajando por la Europa romántica gran parte del año 1835, incluso pensó en establecerse en París. Pero regresó en septiembre, con grandes esperanzas en el gobierno de Medizábal, liberal radical que prometía una nueva Constitución, terminar con la guerra carlista y desamortizar los bienes eclesiásticos. El periódico El Español lo contrató por la enorme cifra de veinte mil reales anuales (5.000 pesetas ó 30 €) por dos artículos semanales. Inició entonces la publicación de sus artículos completos bajo el título El Observador.

Las críticas de Larra se dirigen sobre todo a la falta de instrucción, al atraso de España con respecto a sus vecinos europeos, al carácter español, al inmovilismo y a la peculiaridades negativas de las distintas clases sociales.

La censura persiguió a Larra: cerró su primer periódico El Duende Satírico del Día e impidió la publicación de muchos de sus artículos. Fígaro luchó con denuedo por la libertad de imprenta, defendiéndose con las armas del ingenio y la ironía y dedicando artículos burlescos a los censores. La censura permitía pocos comentarios políticos. El pensamiento político y social de Larra se encuentra diseminado a lo largo de su obra. Políticamente, fue un liberal moderado que admiraba los países republicanos, hastiado de la Monarquía. Luchó contra la ley electoral vigente que sólo daba el voto a los mayores de 30 años y a los grandes contribuyentes; él abogaba por el voto directo y popular. Animó a las masas a que tomaran conciencia de sus necesidades y lucharan por ellas, afirmando que las revueltas populares siempre tenían algo de razón. Pero no sólo debía estar basado en la violencia, alentó a los jóvenes a que tomaran parte activa en la política del país e insistió en que no se perdiera ninguna inteligencia por falta de recursos u oportunidades.

Su rechazo al carlismo fue total; su causa le parecía irrelevante, la guerra, inútil y su ideario reaccionario y primitivo. No es de extrañar que algunas de sus más sangrientas sátiras se dirijan contra los carlistas. El patriotismo de Larra es amargo, lúcido, no complaciente. Creerse los mejores es nefasto para el país y los aduladores son los verdaderos enemigos del pueblo. Hay que denunciar los defectos del carácter nacional para que puedan ser corregidos.

Frases del tipo: “Nuestra España que Dios guarde (de sí misma sobre todo)”, “Rogaré a Dios y a Santa Rita, abogada de imposibles, por la prosperidad de nuestra Patria, que tanto nos anuncian con tan fáciles como inconsideradas promesas”. Ataca con saña a los funcionarios públicos, al enchufismo y a los que se acercan a los poderosos; hacen que Larra no haya perdido actualidad, no solo por la pervivencia de los defectos de la sociedad y la política, sino porque muchas de sus ideas son anticipadoras.

Vivió con desencanto la actuación de Mendizábal, apoyó a los liberales moderados con Istúriz y ganó un acta de diputado por Ávila. La “sargentada de la Granja”, en julio de 1836, dio al trate con su ilusión de participar activamente en la política. El tono de sus artículos se hacía cada vez más amargo. La noticia de la muerte de su amigo el conde Campo-Alange ahondó la crisis en la que vivía, abandonado por Dolores Armijo, que había decidido reconstruir su matrimonio. Al desengaño amoroso se unía el familiar, y la frustración política y literaria, y la pérdida de sus escasos amigos, y el sentimiento de fracaso por “clamar en el desierto”, el dolor por España y la muerte de la esperanza.

El día 13 de febrero de 1837 visitó a Armijo, que le había solicitado una entrevista, pero no era para reanudar su relación sino para recuperar sus cartas de amor; terminado el encuentro, se quitó la vida.

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