miércoles, 13 de enero de 2010

La guerra de la oreja de Jenkins I

La conclusión de la Guerra de Sucesión Española, con el tratado de Utrecht no había supuesto únicamente el desmembramiento del patrimonio de la monarquía hispánica en Europa. Inglaterra, ya Gran Bretaña, aparte de haber evitado la creación de una potencia hegemónica en el continente europeo (con la combinación de las monarquías borbónicas de Francia y España, junto con las posesiones de la última en el continente), había conseguido amplias concesiones comerciales en el imperio español en América. Así, aparte de la posesión de Gibraltar y Menorca (territorios reclamados porfiadamente por España durante todo el siglo XVIII), Gran Bretaña había obtenido el denominado «asiento de negros» (posibilidad de vender esclavos negros en la América hispana) durante treinta años y la concesión del «navío de permiso» (que permitía el comercio directo de Gran Bretaña con la América española por el volumen de mercancías que pudiese transportar un barco de 500 toneladas de capacidad), rompiendo así el monopolio para el comercio con la América española, restringido con anterioridad por la Corona a comerciantes provenientes de la España metropolitana. Ambos acuerdos comerciales estaban en manos de la Compañía de los Mares del Sur.

Sin embargo, el comercio directo de Gran Bretaña con la América española sería una fuente constante de roces entre ambas monarquías. Aparte de ello, existían otros motivos de conflicto: problemas fronterizos en América del Norte entre Florida (española) y Georgia (británica), quejas españolas por el establecimiento ilegal de cortadores de palo británicos en las costas del Caribe, reclamación constante de retrocesión de Gibraltar y Menorca por parte de España, el deseo británico de dominar los mares, algo difícil de conseguir ante la recuperación de la marina española y la rivalidad consiguiente entre Gran Bretaña y España, lo que ya había ocasionado previamente una corta guerra entre ambos países en 1719 en la que llegó a darse un fallido intento español de invadir Inglaterra.
Sin embargo, en el terreno comercial era donde los roces produjeron un incesante crecimiento de la tensión. España mantenía el monopolio comercial con sus colonias en América, con la única salvedad de las concesiones hechas a Gran Bretaña, relativas al navío de permiso y el comercio de esclavos.
Bajo las condiciones del Tratado de Sevilla (1729), los británicos habían acordado no comerciar con las colonias de la América española (aparte del navío de permiso), para lo cual acordaron permitir, a fin de verificar el cumplimiento del tratado, que navíos españoles interceptaran a los navíos británicos en aguas españolas para verificar su carga, lo que se conoció como «derecho de visita».
Sin embargo, las dificultades de abastecimiento de la América española propiciaron el surgimiento de un intenso comercio de contrabando en manos de holandeses y, fundamentalmente, británicos. Ante tales hechos, la vigilancia española se incrementó, al tiempo que se fortificaban los puertos y se mejoraba el sistema de convoyes que servía de protección a la valiosa flota del tesoro que llegaba de América. De acuerdo con el «derecho de visita», los navíos españoles podrían interceptar cualquier barco británico y confiscar sus mercancías, ya que, a excepción del navío de permiso, todas las mercancías con destino a la América española eran, por definición, contrabando. De esta forma, no sólo navíos reales, sino otros navíos españoles en manos privadas, con concesión de la corona y conocidos como guarda costas, podían abordar los navíos británicos y confiscar sus mercancías. Tales actividades eran, sin embargo, calificadas de piratería por el gobierno de Londres.
Aparte del contrabando, seguía habiendo barcos británicos dedicados a la piratería. Buena parte del continuo hostigamiento de la Flota de Indias recaía sobre la tradicional acción de corsarios ingleses en el Mar Caribe, que se remontaba a los tiempos de Francis Drake. Las cifras de barcos capturados por ambos bandos difieren enormemente y son por tanto muy difíciles de determinar: hasta septiembre de 1741 los ingleses hablan de 231 buques españoles capturados frente a 331 barcos británicos abordados por los españoles; según éstos, las cifras respectivas serían de sólo 25 frente a 186. En cualquier caso, es de notar que para entonces los abordajes españoles con éxito seguían siendo más frecuentes que los británicos.
Entre 1727 y 1732, transcurrió un periodo especialmente tenso en las relaciones bilaterales, al que siguió un periodo de distensión entre 1732 y 1737, gracias a los esfuerzos en tal sentido del primer ministro británico —whig—, sir Robert Walpole y del Ministerio de Marina español, a lo que se unió la colaboración entre ambos países en la Guerra de Sucesión de Polonia. No obstante, los problemas siguieron sin resolverse, con el consiguiente incremento de la irritación en la opinión pública británica (en la primera mitad del siglo XVIII empieza a consolidarse el sistema parlamentario británico, con la aparición de los primeros periódicos). La oposición a Walpole (no solo tories, sino también un número significativo de whigs descontentos) aprovechó este hecho para acosar a Walpole (conocedor del balance de fuerzas y, por lo tanto, contrario a la guerra con España), comenzando una campaña a favor de la guerra. En este contexto se produjo la comparecencia de Robert Jenkins ante la Cámara de los Comunes en 1738, un contrabandista británico cuyo barco, el Rebecca, había sido apresado en abril de 1731 por un guarda costas español, confiscándose su carga. Según el testimonio de Jenkins, el capitán español, Julio León Fandiño, que apresó la nave, le cortó una oreja al tiempo que le decía: «Ve y dile a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve». En su comparecencia ante la cámara, Jenkins apoyó su testimonio mostrando la oreja amputada.
La oposición parlamentaria y posteriormente la opinión pública sancionaron los incidentes como una ofensa al honor nacional y claro casus belli . Incapaz de hacer frente a la presión general, Walpole cedió, aprobando el envío de tropas a América y de una escuadra a Gibraltar al mando del almirante Haddock, lo que causó una reacción inmediata por parte española. Walpole trató entonces de llegar a un entendimiento con España en el último momento, algo que se consiguió momentáneamente con la firma del Convenio de El Pardo (14 de enero de 1739), por el que ambas naciones se comprometían a evitar la guerra y a pagarse compensaciones mutuas, además de acordarse un nuevo tratado futuro que ayudase a resolver otras diferencias acerca de los límites territoriales en América y los derechos comerciales de ambos países.
Sin embargo, el Convenio fue rechazado poco después en el parlamento británico, contando también con la decidida oposición de la Compañía de los Mares del Sur. Estando así las cosas, el rey Felipe V exigió el pago de las compensaciones acordadas por parte británica antes de hacerlo España.
En ambos lados las posiciones se endurecieron, incrementándose las preparativos para la guerra. Finalmente, Walpole cedió a las presiones parlamentarias y de la calle, aprobando el inicio de la guerra. Al mismo tiempo, el embajador británico en España solicitó la anulación del «derecho de visita». Lejos de plegarse a la presión británica, Felipe V suprimió el «derecho de asiento» y el «navío de permiso», y retuvo todos los barcos británicos que se encontraban en puertos españoles, tanto en la metrópoli como en las colonias americanas. Ante tales hechos, el gobierno británico retiró a su embajador de Madrid (14 de agosto) y declaró formalmente la guerra a España (19 de octubre de 1739).

Puerto Bello

La primera acción fue protagonizada por el almirante Edward Vernon, quien al mando de seis naves capturó y destruyó Puerto Bello (actual Portobelo, en Panamá), un centro de exportación de plata en el Virreinato de Nueva Granada en noviembre de 1739. El éxito fue enormemente magnificado por la naciente prensa inglesa, la cual publicó toda clase de sátiras sobre las fuerzas españolas al tiempo que lanzaba vítores a Vernon. Durante una cena en honor a éste a la que asistió el rey Jorge II de Inglaterra, en 1740, se presentó un nuevo himno creado para conmemorar la victoria, que no es otro que el actual himno nacional británico God Save the King. Un vestigio de estas celebraciones puede aún encontrarse en el mapa de la ciudad de Londres: la conocida calle de Portobello Road, aunque urbanizada en la segunda mitad del siglo XIX, deriva su nombre de una granja situada anteriormente en el lugar, y denominada Portobello Farm en conmemoración de esta batalla.

Nueva Granada (la batalla de Cartagena)

La inesperada victoria en Puerto Bello (que no recuperaría su importancia portuaria hasta la construcción del Canal de Panamá) condujo a un cambio en los planes británicos. En lugar de concentrar su siguiente ataque sobre La Habana con la intención de conquistar Cuba, como se había previsto, Vernon partiría otra vez hacia Nueva Granada para atacar Cartagena de Indias, puerto principal del Virreinato y punto de partida principal de la Flota de Indias hacia la Península Ibérica. Los británicos reunieron entonces en Jamaica la mayor flota vista hasta entonces, compuesta por 186 naves (60 más que la famosa Gran Armada de Felipe II) a bordo de las cuales iban 2.620 piezas de artillería y más de 27.000 hombres, entre los que se incluían 10.000 soldados británicos encargados de iniciar el asalto, 12.600 marineros, 1.000 macheteros esclavos de Jamaica y 4.000 reclutas de Virginia dirigidos por Lawrence Washington, hermanastro del que sería padre de la independencia de Estados Unidos.

La difícil tarea de defender la plaza corrió a cargo del veterano marino vasco Blas de Lezo, curtido en numerosas batallas navales de la Guerra de Sucesión Española en Europa y varios enfrentamientos con los piratas en el Caribe y Argelia. Apenas contaba con la ayuda de Melchor de Navarrete y Carlos Desnaux, una flotilla de seis naves (la nao capitana Galicia más los buques San Felipe, San Carlos, África, Dragón y Conquistador) y una fuerza de 3.000 hombres entre soldados y milicia urbana a la que se unieron 600 arqueros indios del interior.

Continuará

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