jueves, 6 de agosto de 2009

Anécdotas cortas

1.- Un dia Napoleón, con cierta ironía e incredulidad, le preguntó al príncipe Massimo, italiano célebre por su extensa genealogía:

- ¿Es verdad, príncipe, que creéis descender de Fabio Maximo Cunctator?.
- No lo sé, sire. Lo único que puedo deciros es que es un rumor que desde hace 2.000 años corre por nuestra familia.



2.- “Un hijo de casa noble abofeteará al insolente que ponga en duda la virtud de su madre; sin embargo, él mismo no oculta que su abuela tuvo ciertos devaneos; y, en cuanto a su taratabuela, si por ventura obtuvo favores de Alfonso XII su vanagloria es grande. De este modo la vergüenza de los nuestros, a medida que se aleja de nosotros, se convierte en gloria.”


3.- A la muerte de Lutero en 1546 los protestantes manifestaron frecuentemente su rebeldía contra la Iglesia. Carlos I de España, de acuerdo con el Papa y con su hermano Fernando, a quien había cedido los dominios hereditarios de Alemania, resolvió hacerles la guerra.
El 24 de abril de 1547 obtuvo el emperador español la victoria de Mühlberg. En ella hizo prisionero al príncipe elector d Sajonia, cuya vida ofreció a su esposa a cambio de la ciudad de Wittemberg, en cuya iglesia había clavado, años antes, Lutero sus célebres noventa y cinco tesis.
En la propia iglesia estaba enterrado Martín Lutero y el duque de Alba propuso a Carlos I que desenterrase el cadáver, lo quemase y aventase las cenizas, a lo que el emperador respondió:
- Dejémosle reposar: ya ha encontrado a su juez. Yo hago la guerra a los vivos y no a los muertos.


4.- El 3 de junio de 1898 la escuadra española en Cuba se enfrentó a la estadounidense, en cuatro horas se perdió la flota en un combate desigual. Los americanos mandaron sus botes y condujeron a bordo de sus acorazados y hospitales prisioneros y heridos, incluso los que cayeron en manos de los rebeldes cubanos que fueron reclamados.
Entre los prisioneros figuraba un oficial, Augusto Miranda, que llegaría a ser almirante y ministro de Marina. Frente a La Habana, solicitó desembarcar bajo palabra de nor, con objeto de atender a su familia que allí residía, y cuya situación no podía por menos de ser muy crítica en aquellos momentos. Se le concedieron dos horas.
Cuando había transcurrido poco más de la mitad del permiso, anunciaron a Miranda que un oficial del barco estadounidense preguntaba si estaba en casa. Miranda refrenó su cólera a duras penas: mediando la palabra de un marino español, no podía aceptar que se pretendiese vigilar su cumplimiento. Pronto tuvo que rectificar. El marino americano le dijo, sencillamente:
- Vengo a traerle su espada. El capitán no quiere que cruce usted la ciudad sin ella, en una hora tan concurrida.



5.- Decía Jonathan Swift que muchos nobles son como las patatas, que todo lo bueno lo tienen bajo tierra.


6.- En 1869, la emperatriz Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III, fue a Egipto a inaugurar el canal de Suez. El sultán Abdul Aziz la recibió como correspondía, y entre otros agasajos la invitó a visitar el harén. Curiosa, la emperatriz accedió. ¡Ahí es nada, conocer un lugar tan ligado a la fantasía popular y literaria!. La visita se realizó con un solo contratiempo. La entonces favorita del sultán, celosa de ver cómo su dueño trataba a la emperatriz, sin encomendarse a Dios ni al diablo, se acercó a ella y le dio una soberana bofetada. La real ofendida no dio mayor importancia al hecho y no lo transformó en un conflicto diplomático. Sabía la emperatriz lo que eran los celos y la dificultad de reprimirlos.


7.- El obelisco egipcio que se alza en la plaza de San Pedro, frente a la basílica vaticana, yacía, junto con otros que los emperadores romanos había hecho trasladar a la urbe, entre el barro y las hierbas que cubrían los vestigios de la Roma imperial. Sixto V encargó al arquitecto Domenico Fontana la erección del mismo en el lugar donde ahora se admira.
El 10 de septiembre de 1586, una vez trasladado un equipo de 140 caballos y 800 hombres, se encargó de levantarlo del suelo y ponerlo en pie. Una gran muchedumbre se congregó en la plaza para gozar del espectáculo. Se conminó, bajo pena de muerte, a guardar silencio para que así se pudieran oir las voces y gritos de los técnicos. Pero en un momento dado, las cuerdas que izaban el obelisco se distendían por el peso enorme de la mole y se cuenta que un marinero de San Remo, llamado Bresca, y capitán de una nave genovesa gritó: “¡Agua a las cuerdas!”. Así se hizo y la operación pudo llevarse a buen término. Pero, cumpliendo las órdenes del papa, los guardias detuvieron a Bresca, que debía ser ahorcado de acuerdo con lo establecido, pero el papa no sólo le perdonó, sino que le concedió el privilegio de izar la bandera pontificia sobre su nave y el de proporcionar a la Santa Sede las palmas que los pontífices usaban y usan en el domingo de Ramos. Este privilegio se ha conservado hasta hace relativamente poco.

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